Madrid, principios de abril

Soñé que presentaba un evento con Franco Berardi “Bifo” en una universidad en la que trabajaba y que estaba patrocinada por Donald Trump. Cuando llegaba allí, me daba cuenta de que no tenía nada preparado y que no me sentía en absoluto capaz de improvisar, pues no recordaba a cuento de qué se había organizado aquella charla ni se me ocurría cómo presentar al invitado. Una vez la cosa empezaba, mis miedos tomaban cuerpo y me descubría titubeando incongruencias. Un momento después, me hacía consciente de que estaba en un sueño y que la cosa no iba a ser tan grave, así que seguía diciendo sandeces cada vez más inconexas hasta abrir los ojos en mi cama. He aprendido que, en los sueños, si algo sale mal, lo peor que puede pasar es que te despiertes. Desde entonces vivo como en un sueño.

Madrid, principios de febrero

Soñé que me iría de viaje, lejos, por mucho tiempo, pero que todavía no. Soñé que todavía era verano. Estábamos en un pueblo de Castilla. Sin mar y con soportales de madera vieja. Había un cine a la fresca, unas festividades. Primero veíamos la película tumbadas en el suelo de la plaza, pero después todo se iba llenando de barro, aunque no recuerdo que lloviese. Había un niño que conozco. Bailábamos, jugábamos al fútbol. Yo, con mis pantalones blancos llenos de barro. Tú mirabas desde la orilla de la plaza y yo sabía que lo hacías. Creo que estaba feliz, aunque un poco preocupada.

Madrid, principios de enero

Soñé que nos perdíamos en el metro y el vagón del pequeño tren que, pensábamos, nos devolvería a la casilla de salida era en realidad un fotomatón y nos llevaba directo al corazón de la ciudad. Anonadados con la naturaleza misteriosa e híbrida de aquel extraño lugar, no aprovechábamos el viaje para hacernos unas fotos.

Después, soñé que aparecía en un centro comercial que también era un aeropuerto—lo que no es raro—y que presenciaba un atentado al estilo 11S—lo que tampoco es raro (soñarlo, digo). Entonces la policía llegaba en helicópteros y comenzaba a cargar contra todas las que estábamos por ahí, en las proximidades del edificio, que sencillamente tratábamos de huir de la catástrofe. Recuerdo haber pensado por un momento que eran los mismos terroristas terminando la tarea, pero no. Lograba esconderme en casa de una prima lejana que vive en Menorca, pero que en el sueño vivía poco más allá de los jardines donde nos habían asaltado.

Lo más raro es que, no sé si al principio o al final del sueño, alguien me hacía probar unos diminutos testículos crudos que, al cortarlos, sangraban muchísimo.